domingo, 20 de julio de 2008

Siete de julio, San Patxín


Pero, Patxi, hombre, a qué punto vas a llegar, regalando tus libros a cambio de una reseña, una columnita... Y lo de la entrevista del otro día en Radio Euskadi, media hora para ti solito en el Grafitti, se ve que todo el mundo está de vacaciones, porque si no, no lo entiendo. Bueno, ahí va el artículo de Barrueco. Lo mejor lo de los efluvios de las páginas que desprenden tus libros. Muy bueno, Barrueco, yo no lo podría haber descrito mejor.

Siete de julio. José Ángel Barrueco

Siete de julio, San Fermín. El día grande de las más grandes fiestas de Navarra y de las más populares del mundo. Reconozco que nunca he estado en Pamplona, al menos que yo recuerde (los viajes que uno hace de niño no suelen contar, porque la memoria los aleja en seguida). Todo lo que sé de los encierros y las fiestas se debe a la retransmisión televisiva de los Sanfermines, que a veces vi por insistencia de mi familia, en los viejos tiempos, cuando querían mostrarme algún personaje habitual de las carreras o una cogida grave o una de esas caídas multitudinarias que suelen provocar los guiris beodos y rojos como cangrejos. Porque ni siquiera he leído la “Fiesta” de Ernest Hemingway, aunque la tengo en mi biblioteca y cualquier día de estos la leeré. También sé algo de los Sanfermines por una película mala y muy polémica y célebre en su día: “La trastienda”. Yo la veía porque, entonces, María José Cantudo protagonizaba unos despelotes polémicos que, sin embargo, vistos hoy, parecen de Walt Disney: se ven desnudos más atrevidos en algunos telefilmes de sobremesa de Antena Tres. Pero, como suele decirse, eran otros tiempos. Veías “La trastienda” para cazar seno y, al final, de lo único que disfrutabas era de la parranda que retrata la película, supongo que fielmente. Tíos borrachos, bailes y parrandas, muchedumbre con ganas de juerga, chicas descocadas. Y recuerdo el encierro que aparece en “Cowboys de ciudad”, hecho a la manera de la comedia hollywoodiense: divertido, pero nada realista.
No sé si algún año iré a estas fiestas. Me atraen, pero no me seduce la presencia de los morlacos. Mientras tanto, me he divertido leyendo un libro de relatos de alguien que es natural de Pamplona y que, además, conoce bien la tradición. Unos meses atrás estaba con Patxi Irurzun, que es el autor de dicho libro, y me regaló un ejemplar de sus “Cuentos sanfermineros”. Tomábamos algo en un bareto y también estaban presentes el escritor Vicente Muñoz Álvarez y un periodista. Patxi me acababa de dar el libro y se lo mostré al periodista, quien se puso a hojearlo. Luego dijo que se tenía que marchar y yo fui a la barra a pagar. Cuando volví a la mesa sucedió lo que me había olido: el reportero se había llevado mi libro. Pero Patxi, hombre precavido, guardaba un as en la manga. Es decir, que le quedaba otro ejemplar y me lo dio.
Lo primero que desata la carcajada es la fotografía de Irurzun en una de las solapas interiores. Lo conozcas o no, sabes inmediatamente que es un cachondo. En esa imagen como de fotomatón, Patxi aparece con una sonrisa de golfo y cierto cansancio en la mirada, como si estuviera mamándose en una tasca y lo hubiesen interrumpido para hacerle la fotografía. No se ha afeitado, luce barba de varios días. El cabello parece húmedo, quizá porque antes lo acaban de bautizar con champán. Y al cuello lleva anudado el pañuelo rojo. “Cuentos sanfermineros” abarca trece historias, casi todas publicadas en prensa. En ellas despunta la sorna característica de Patxi. A través de estos relatos sabemos un poco más de los Sanfermines. Está la guiri borracha de “Leaving Iruña”, que va allí a matarse bebiendo (parodia de “Leaving Las Vegas”). Está el pijo que ve las depravaciones de la fiesta como un infierno. Está el nieto que, una vez muerto su abuelo, decide pasear su cadáver en silla de ruedas por los lugares emblemáticos. Está la chica que empalma el curre con la juerga. Patxi, además, lo cuenta con un humor especial y con una prosa anclada en el realismo sucio que hace que olamos la cerveza, los orines, la sangría, las vomitonas, el sudor, los condumios de los bares, igual que si salieran sus efluvios desde las páginas.

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