domingo, 10 de mayo de 2009

LAS DIMENSIONES DEL PROBLEMA


-… y ahora dice que se va a México, yo ya no sé qué hacer con este hijo mío, está claro que le han comido el seso, los de la secta esa, todo el día encerrado, viendo películas cochinas, está irreconocible, fíjate que ya ni oye la música esa de ruido y rocanrol, solo esas películas, de pelanduscas, que yo ya ni entro ni salgo a su cuarto, le dejo la comida y la ropa limpia en la puerta y santaspascuas, no vaya a ser que vea algo que no quiero ver, como el otro día, menudo, susto, y mira que le he cambiado el pañal veces cuando era niño…

Mi madre me ponía la cabeza como un bombo, todo el día hablando con sus amigas por teléfono, bien pegada a la puerta de mi habitación, eso sí, para que yo le oyera y supiera que “cualquier día llamo al médico ese de los nervios que me han recomendado una de la parroquia”…

Sí, tenía que largarme cuanto antes de Pamplona, antes de que ella apareciera en casa con un psiquiatra-exorcista de la Clínica Universitaria, o lo que era peor –y más probable- con sus compañeras de las partidas de chinchón o de la catequesis, aquellas cotillas a las que había hecho partícipes de las dimensiones de mi problema. Por suerte, yo ya tenía mi billete de avión para México, y ahora no había marcha atrás, me daba lo mismo que mi decisión la hubiera tomado agarrándome a un clavo ardiendo.

Después del concierto de fiestas de la Txantrea, volví, en efecto, a reducir el mundo al tamaño de mi habitación, decidí que solo saldría de allí para largarme a otra ciudad, otro país, otro planeta y hacer lo que mejor sabía hacer, lo que me decían las cintas de vídeo en las que, en una especie de viaja astral, me veía como si fuera otra persona,  yo mismo me sorprendía del entusiasmo con el que chingaba, cada escena parecía un regalo inesperado, una vida extra antes del game over, y mi polla más grande y más dura, no aquello no era un problema, era una solución, la llave para escapar, yo había nacido para eso, tenía un don y no podía desaprovecharlo, tenía que volver a hacer películas, no debía despistarme, lo del grupo de porno-rock había sido un error, un fracaso, con él no había futuro, por mucho que fuéramos un grupo punk y dijera lo que dijera Mamen, “pero sí ha estamos hasta en la sopa”, y era verdad, pero también que nos habían puesto a caldo en todos los periódicos, proetarras, nos llamaban en el Diario de Navarra, y en el Bat, bi, hiru, de Egin escribieron que nuestro espectáculo era falócrata y casposo, "una españolada "….

Demasiados enemigos -como en la canción de Eskorbuto- y solo dos cejas para que, en los conciertos, me las abrieran arrojándome mecheros con el logo de HB o con monedas con la cara de Franco.

-Tú haz lo que quieras, por mí puedes seguir con el grupo, pero la polla la tendrá que poner otro- le dije a Mamen, y le deseé suerte, me dio pena no haber podido penetrar en su interior, como un pequeño espeleólogo, descubrir qué escondía en las simas de su corazón, yo no sabía ahora-ahora que ella se empeñaba en seguir adelante contra viento y marea con el grupo- si era una auténtica revolucionaria, una francotiradora en su lucha contra el sistema, un soldado abandonado en una isla del Pacífico que no se había enterado de que aquella guerra había terminado hacía ya mucho tiempo, o si Mamen solo buscaba la fama, a cualquier precio, por la vía rápida del escándalo; en cualquier caso era valiente, y testaruda, casi tanto como yo, quién sabe, quizás algún día volviéramos a cruzar nuestros caminos y entonces podría metérsela hasta el fondo.

Pero ahora, la decisión estaba tomada, volvería al porno puro y duro, solo faltaba que el teléfono volviera a sonar.

-No hay que despistarse, a veces si uno no se sube al tren en el momento preciso, se tiene que quedar a dormir en la estación para siempre- me decía Bardamu, al que llamé para que hiciera saber que yo estaba otra vez en el negocio.

-Ya, Bardamu, pero yo tengo un billete preferente, de primera clase, un diamante tallado entre las piernas, ¿recuerdas?- le decía.

(Y no me extrañaba que oyendo esos diálogos mi madre pensara que me había hecho de una secta).

-Está bien, veré si puedo hacer algo, pero la cosa está muy jodida - contestaba Bardamu, y su voz ya no me sonaba como la de un padre adoptivo, sino como la de un pariente muy lejano, para el que me había convertido en una carga.

Pasé, pues, dos o tres semanas muy malas, todo el mundo parecía haberse olvidado de mí, y eso que yo volvía a estar dispuesto a cualquier cosa, me iría a Ibiza o Lanzarote con aquellos directores holandeses o daneses de medio pelo, no diría nada cuando el hotel de cinco estrellas del que me habían hablado al leerme el contrato se convirtiera en un apartamento al que no llegaba la presión de la ducha, ni cuando descubriera que en realidad no había contrato, “esto es porno amateur, amigo”, cualquier cosa antes de que mi madre volviera a entrar en mi habitación y me pillara pelándomela, como a un adolescente de catorce años.

Pero el teléfono no sonaba, o solo llamaban las petardas de las amigas de mi madre, “ay, sí, chica, qué pena de hijo”, yo estaba desesperado, y además Bardamu ya ni siquiera me mandaba cheques, me veía otra vez barriendo, chupando frío, convertido en parte del mobiliario de esta ciudad sin primavera y sin milagros, cuando, de repente, el teléfono volvió a sonar, como una campana triunfal que convirtió mi picha en el badajo que la golpeaba, repicando de nuevo a la vida. Y eso que al principio, la voz, las dos voces que escuché al otro lado del hilo, me dejaron muerto.

-¿Dick? ¿Dick Grande?

Eran los pornógrafos alemanes. Sentí ganas de colgar, o de mandarlos a la mierda y colgar, pero no sé muy bien por qué razón–o tal vez sí- dejé que hablaran, que se excusaran, que se pusieran en evidencia, quería mirarlos desde arriba, verlos patalear, como insectos volteados, moviendo desesperados sus patitas, a los que podía aplastar con un simple movimiento, sin apenas esforzarme, solo colgando el teléfono, me sentía muy superior a ellos, pero de repente aquellos bichitos dieron un brusco giro y me tuvieron a su merced, pronunciando una sola palabra que se me clavó como un aguijón venenoso, México DF, dijeron, iban a rodar una película en México DF, había oído bien, y querían que yo fuera el protagonista, “hemos seguido tu carrera con Bardamu, nos alegra que estés todavía en el underground, son películas muy interesantes, arte, nosotros también continuamos por ese camino, y ahora vamos a rodar una biopic sobre Diego Rivera, aquí en México DF”, México DF, eso era lo único que yo escuchaba, ellos seguían con sus explicaciones, “un gran fresco porno, como uno de sus murales, los aztecas, la conquista, la revolución…”, pero yo no les hacía caso, ni me preguntaba en qué me parecía yo, que era un tirillas, al gran –en todos sus sentidos- Diego Rivera, daba lo mismo, en realidad ya sabía que aceptaría su oferta, habían dicho México DF, y cada vez que oía el nombre de esa ciudad, me devolvía el eco de otro nombre, Janis, Janis, mi negrita, Mexico DF, Janis estaba allá, su amiga la muda, lo había dicho: Janis, al menos,  le escribió desde alla, desde Mexico DF, oh, Janis, mi Janis, esa era la razón por la que había dejado hablar a los pornógrafos, la razón de mi vida, su motor, mi alimento, Janis, Janis…

-...Janis- pronuncié su nombre en voz alta.

-¿Perdón?

-Janis, ¿aparecerá también en la película?

-¿Janis?

-Si, Janis, Janis, la de Mcpolla, en La Habana…

-Oh, claro, Janis, sí, por supuesto…

Así que era cierto, ella estaba en México DF, todavía continuaba allá, yo solo tenía que decir sí, y por fin podría volver a verla, los pornógrafos alemanes me enviarían un billete de avión y estaría otra vez a su lado.

-Sí, sí, claro-acepté, y comprendí entonces todo aquello que me había sucedido durante los últimos meses, por qué me habían echado de Manila con una patada en el culo, por qué me habían partido la ceja en el concierto de fiestas de la Txantrea, por qué las amigas de mi madre me habían desgarrado las tripas -y yo me había cagado en ellas mil veces- cada vez que llamaban por teléfono… todo aquel dolor era necesario, era el camino que me conducía hasta Janis, sin él nunca la habría vuelto a encontrar, sí, aquella era la única salida, adiós, Pamplona, agur, agur t’erdi, y... ¡que viva México, cabrones!

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